¿Por qué celebro el orgullo?
Ésta no es una fiesta de un grupo de personas, sino de toda la sociedad
-Yo celebro el orgullo.
-No sabía que fueras gay.
-No lo soy.
-¿Bi, trans, queer, fluido o lo que sea?
-No, cishetero, que nos dicen ahora, palabrita inventada apenas en 1994.
-¿Tienes un hermano, hermana, tío, tía elegetebecúplusmás?
-No que yo sepa.
-¿Y entonces tú que celebras o por qué celebras el orgullo?
La respuesta a esa pregunta es relevante para toda nuestra sociedad, no sólo para las personas cuya forma de abordar la sexualidad se celebra específicamente con “el orgullo”, que antes fue “el orgullo gay” y que mucho antes fue la “Marcha de liberación del orgullo gay”.
Para responder, hay que tener en consideración que muchos de los que celebran las festividades “del orgullo” (y la mayoría de quienes las rechazan) suelen no saber cuál es el origen o el significado que tienen. Pero para nuestra sociedad toda tiene el valor de ser el principio de un triunfo relevantísimo contra los prejuicios religiosos, contra el conservadurismo, contra la hipocresía, contra el odio gratuito, contra nuestras peores tendencias tribales, contra la crueldad. En el proceso todos somos mejores personas y nuestra sociedad es una sociedad más sana. Eso sí, nunca hay que olvidarlo, queda muchísimo camino por recorrer, como lo podemos constatar en la prensa diaria que sigue dando cuenta de agresiones, generalmente de machos violentos y con frecuencia adscritos a los flecos neonazis de este tiempo, contra personas cuyo aspecto, comportamiento, forma de hablar o expresiones de afecto les resultan ajenas, odiosas y lo bastante vulnerables como para la paliza, el botellazo, la agresión multitudinaria y el orgullo de ser bestial.
Hagamos historia.
La madrugada del 28 de julio de 1969, la policía estadounidense entraba en el bar Stonewall Inn de Greenwich, en Nueva York, para detener a las 200 personas que se encontraban divirtiéndose en él: homosexuales, lesbianas, transexuales, travestís, drag queens y otras personas a las que englobaremos bajo el concepto de “altersexuales” simplemente para subrayar que sus gustos, identidades, costumbres, etc. de orden sexual son diferenes a una mayoría estadística.
Esa vez, los clientes del bar opusieron resistencia y se produjo una serie de motines. Las personas altersexuales eran perseguidas, golpeadas, humilladas, denigradas y socialmente excluidas de modo absolutamente natural en las sociedades latinoamericanas, estadounidenses y europeas. Eran blancos fáciles, frecuentes y seguros del odio, la desinformación y la repulsión social.
Un año después, en conmemoración de los motines de Stonewall que marcaron un hito en la lucha por la igualdad de los altersexuales, se llevaba a cabo en Manhattan la “Marcha de liberación del orgullo gay”, la primera manifestación de lo que hoy es “el orgullo” a secas.
Uno puede decir que tener ciertos gustos, preferencias, tendencias o como le guste llamarlos no es tema de orgullo, y estrictamente tendría razón. Pero haber luchado por un reconocimiento social que se le negaba a alguien sí lo es, sobre todo cuando el rasgo por el cual el grupo es rechazado era visto como señal precisamente de lo opuesto al orgullo: oprobio, vergüenza, pecado.
Es el orgullo de la persona parte de una etnia que ha sido perseguida, masacrada, humillada, excluida de los derechos de la mayoría de la sociedad (a veces de la minoría, piense en Sudáfrica). El orgullo negro en Estados Unidos o en países con un racismo muy acentuado (en los demás existe aún, pero en retirada) era una forma de responder a quienes habían creado una narrativa odiosa hacia la gente de piel oscura.
Las personas altersexuales tuvieron que luchar, y mucho, para dejar de ser blanco incesante de todo tipo de agresiones, empezando por las de leyes inhumanas… y esto prácticamente lo ignoran los 6 300 millones de seres humanos nacidos después de 1970 y que han vivido de modo razonablemente normal que gente a su alrededor (amigos, compañeros de trabajo, familiares, compañeros de clase y más) experimenten el sexo de modo diverso no están conscientes de lo aversivo -y profundamente injusto- que era el mundo que los criminalizaba, cuando no los consideraba enfermos, pervertidos, despojos de dios.
Pero… las personas altersexuales todavía tienen que luchar mucho para dejar de ser blanco de agresiones que no por menos frecuentes dejan de ser terroríficas. Y que se deben únicamente a lo que son, a cómo son, a cómo hablan, cómo se comportan o a quién aman determinadas personas. Quizás a muchos les hace falta imaginación para ubicar lo que sería vivir en un mundo totalmente hostil a sus sentimientos románticos y sexuales, donde se legitimara (que aún se legitima, así sea en espacios residuales extremistas) recibir una palizar por ser y amar de cierta manera.
Yo fui joven antes de que se despenalizara la homosexualidad en España en 1978, en Estados Unidos (a nivel nacional en 2003) y en México, donde viví hasta 1999, que dejó de ser delito en 2007. Tuve una prima lesbiana que todo mundo sabía que lo era, pero todo mundo fingía que no, y ella lo sobrellevaba con una fe católica desmesurada y nunca supe cuánto sufrió y cuánto lo pasó bien. Tuve un amigo (que lo es hasta hoy) al que queríamos tanto que negábamos que fuera homosexual (“es sólo un tanto amanerado”, nos decíamos) y a cuyo marido por cierto conocí hace un año. Supe que parte de la literatura, la pintura o el cine que me gustaban también estaban creados por altersexuales. Y que parte de la ciencia y la tecnología que me apasiona ha sido también producida por altersexuales. Y que amigos míos como el mago James Randi, tenían que seguir ocultando su vida personal para que sus carreras no sufrieran.
Porque lo que importa es aquello en lo que somos iguales, cuando creamos o disfrutamos la creación, cuando nos asombramos ante el conocimiento, cuando luchamos por las mejores causas, por la razón, la inteligencia, la igualdad, la solidaridad. Todo ello es muchísimo más relevante que la vida privada de los adultos.
Entiendo, trato de compartir y lamento el sufrimiento padecido por millones y millones de personas que entran en el concepto “altersexual” (para no entrar en el debate di LGBT debe incluir Q, I, N, D, Z y π), y que se calcula entre el 7 y el 9% de la población mundial.
Y entiendo y lamento que el sufrimiento no haya terminado, insisto.
Pero mi sociedad es mejor desde los motines de Stonewall. No es perfecta, pero es mejor. Como es mejor cada vez que se logra la abolición de leyes discriminatorias por motivos de color de piel, de origen étnico, de religión, de largo del cabello o de cualquier otro asunto más bien superficial.
La identificación de quienes parecen distintos dentro del universo de “nosotros”, reconocernos como iguales pese a la diversidad, es uno de los avances morales y sociales más radicales de toda la historia humana. Y ha ido ocurriendo, sí, con conflictos y luchas, pero al mismo tiempo de modo callado, de modo tal que no aparece en las líneas del tiempo y los documentales generales sobre la historia del siglo XIX y XX… y lo que va del XXI.
Es necesario entender que este mundo, como es hoy en 2025 mientras en muchos países se celebra el orgullo, es un invento reciente. En todo sentido. El divorcio iniciado o solicitado por la mujer era un accidente hasta el siglo XVIII, cuando el matrimonio empezó a dejar de verse como un mandato divino y más como un contrato civil entre dos personas libres, pero en España no fue sino hasta 1981 que el divorcio volvió a ser legal después de la dictadura. El voto femenino, aunque con antecedentes aislados, es un fenómeno más del siglo XIX y XX, y hoy sólo en Eritrea y el Vaticano no se acepta. Los derechos civiles de las personas de piel de distinto color han sido denegados hasta hace muy poco tiempo. En EE.UU. no fue sino hasta 1964 cuando se les reconocieron derechos civiles plenos. En Sudáfrica, hasta 1991 se mantuvo un régimen de Apartheid o separación que mantuvo a la mayoría negra fuera de la vida económica y política de su país.
Y el matrimonio igualitario para parejas distintas de la de hombre y mujer, que es fundamental para expresar el respeto social a la vida íntima y emocional de todos los ciudadanos, es hoy legal apenas en 38 países, fundamentalmente en el continente americano y en Europa… Liechtenstein apenas lo legalizó en 2005, Grecia y Estonia en 2024… es evidente que vale la pena luchar por los derechos a vivir en paz de las minorías sexuales en todos los ±150 países adicionales de este mundo, sobre todo en África y Asia.
Y es por eso que, movido por el deseo de una sociedad más libre, más moral, más igualitaria y más justa, donde nuestros descendientes vivan con muchos menos odios y miedos que en todo el pasado humano, que celebro el orgullo. Es un paso más en el progreso emocional de una humanidad tecnológicamente avanzada pero a veces dolorosamente infantil en sus evaluaciones del mundo y las personas a su alrededor.
Hay que seguir tratando de llegar, cuanto más pronto mejor, al fin de la infancia. Mejores cosas nos esperan más allá, mejores luchas, mejores fines, como el fin de la escasez, el fin de la ignorancia o el fin de la guerra.