Se supone que una persona de principios aborrece el mal sin importar quién lo haga. De allí se desprende -sin demasiado gasto en neurotransmisores- que quien condena el mal que hacen sus adversarios pero lo aplaude cuando lo hacen los de su bando (sea cual sea el bando), tiene cualquier cosa menos principios.
Disculpará usted la obviedad de esta introducción, pero no veo otra forma de entrar en el asunto que me ocupa y sobre el que espero ser muy breve. En resumen, que lo que algunos en México le aplaudieron a AMLO y a su partido Morena, ahora se lo critican a Donald Trump y su movimiento MAGA, y como es difícil plantearse que su debilidad mental y de memoria sea tan escandalosa, sólo queda asombrarse ante el ejercicio de cinismo e indolencia que caracteriza a ésos que hace apenas 7 u 8 años eran críticos de las mismas barbaridades que luego aplaudirían con sumisión digna de mejor causa.
¿Qué hizo AMLO?
Andrés Manuel López Obrador, en nombre de la “austeridad” emprendió el desmantelamiento de una parte de las instituciones mexicanas destinadas, sobre todo, a funcionar independientemente del ejecutivo (o tan independientemente como se pueda en una democracia como la mexicana, con frecuencia indistinguible de las monarquías absolutistas o los reyes sumerios).
Con frecuencia, para ello AMLO y su gobierno adujeron que ciertas instituciones, herramientas o personas eran corruptos, cuando no delincuentes. Se interrumpió la construcción de un aeropuerto (debidamente aprobado y licitado) citando presuntos actos de corrupción que nunca se sustanciaron. Se cancelaron unos 300 fideicomisos, muy destacadamente el Fondo de Salud para el Bienestar, el Fondo de Desastres Naturales y varios del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, cuyos fondos por 135 mil millones de pesos se apropió el gobierno de López Obrador como “ingresos no tributarios” y que se usaron en… en nadie sabe qué. Pero dejaron expuestos a los beneficiarios de esos fideicomisos.
Y con pretextos similares se desaparecieron el Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación (INEE), el Consejo de Promoción Turística de México (CPTM), ProMéxico, el Seguro Popular que cambió por el Instituto de Salud para el Bienestar que también desapareció y sus tareas fueron asignadas al IMSS-Bienestar; desapareció 10 subsecretarías y suspendió la aplicación de 14 encuestas del Instituto Nacional de Estadística y Geografía indispensables para conocer la realidad social y económica del país. En esta furia destructora desapareció también la Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece), el Instituto Federal de Telecomunicaciones, la Coneval, la Comisión Reguladora de Energía, la Comisión Nacional de Hidrocarburos, la Comisión Nacional para la Mejora Continua de la Educación y, de modo muy destacado, el Instituto Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos Personales que era la garantía de transparencia del gobierno ante el ciudadano, y cuyas actividades se le han trasladado a una secretaría del propio ejecutivo, para que se autorregule, una solución que simplemente no funciona y es en sí un conflicto de intereses.
Lo que hizo AMLO es indistinguible de lo que han hecho Donald Trump y Elon Musk desde el 20 de enero de 2025: disolver instituciones útiles con acusaciones caprichosas y sin fundamento, afectando el bienestar de la ciudadanía, su salud, su defensa en caso de desastres, la promoción económica de sus países, y muchas otras áreas esenciales para un gobierno razonable.
Si AMLO declaraba que así el gobieno iba a ahorrar grandes sumas, la realidad fue otra. Si al llegar López Obrador el gobierno pagaba un billón 109,000 millones de pesos en sueldos y salarios, al entregarle la batuta y el desastre a Claudia Sheinbaum ese rubro había aumentado en casi 100 mil millones de pesos, hasta un billón 202,000 millones.
Por supuesto, los tribunales, aún con las enormes deficiencias que tiene la justicia mexicana, estrechamente ligada al poder ejecutivo y plagada de casos de corrupción, en varias instancias pusieron trabas a los caprichos y ocurrencias del presidente. El resultado: la práctica disolución del poder judicial, la persecución contra juzgadores y, finalmente, un proceso electoral para jueces a todos los niveles donde los candidatos los pone a su criterio y capricho el partido oficial. Del mismo modo, Donald Trump está entrando en una crisis constitucional al despreciar órdenes de diversos jueces, a quienes se les acusa del terrible delito de no ser fieles siervos del presidente, lo mismo que se les reclama a los juzgadores mexicanos.
Uno esperaría que al menos fueran coherentes los jilgueros de Morena y hoy aplaudieran que Trump, el buen amigo de su jefe López Obrador, haga lo mismo que éste. Pero no, fingiéndose antiimperialistas (mientras la presidenta Sheinbaum hace ágilmente cuanto ordena Trump) se rasgan las vestiduras porque Trump pone en peligro las instituciones democráticas estadounidenses (imperfectas, pero muy superiores en calidad y capacidad a los jirones que han dejado 100 años de pripanmorenismo) y es antipopular y enemigo de las personas enfermas y de la transparencia gubernamental, y no tolera la disidencia… eso mientras en la cantina aporrean el vaso de whisky vociferando contra los disidentes de la presidenta manejada a control remoto.
Y le cuento cuál es la desgracia que más me preocupa, por si a alguien le interesara: conformar una oposición de izquierda democrática y con proyecto de nación va a ser en México una tarea titánica y, probablemente, de largo aliento. Quiere decir esto que el país se encamina a una lucha de populismos entre algo similar a Verástegui y lo que salga del sheinbaumato morenista, mientras los partidos de antaño se disuelven en la carrera por incorporarse al presupuesto, que si hoy lo maneja Morena ellos, como Groucho Marx, tienen otros principios para sustituir a los que tenían cuando eran gobierno o cobraban del gobierno, como media izquierda mexicana que hoy finge que nunca sirvió a los gobiernos del PRI.
Espero equivocarme, pero no veo cómo pueda organizarse en este momento una oposición de principios, honesta, progresista, genuinamente democrática y capaz de desnudar al populismo que, como un Saturno cósmico, devora a sus hijos y a cuanto le rodea en un país a la deriva.