No es lo mismo ser valiente que negarse a tener miedo.
Muchos que se han resistido a diversas dictaduras lo han hecho simplemente por rehusarse a ser dominados por el miedo, que es el arma principal de las dictaduras.
Uno pensaría que el arma principal de la dictadura es la violencia en todas sus formas. No solamente en la impartición de muerte o torturas, sino en el arresto caprichoso, en la satanización que lleva al rechazo social, el estigma de no ser patriota o leal o fiel al régimen, a la sociedad, en el alejamiento de la familia, el destierro, la deportación, la humillación pública, la confiscación de bienes, así sea por multas nacidas de la fantasía; enfrentar acusaciones falsas ante jueces que sirven a la dictadura, perder el derecho a la escuela de los hijos, a la salud, a la pensión, a la vivienda, al trabajo. Es violencia en todas sus formas, y en algunas ni siquiera es explícitamente violencia en el sentido de la aplicación de la fuerza física y el daño corporal.
Pero incluso en la más brutal dictadura, la violencia se aplica selectivamente. En la Alemania nazi, epítome de las dictaduras, en 1939, la población ascendía a poco menos de 79 millones de personas y de ellas el 10% eran miembros del partido. Pero todos temían al partido, que había empezado a abrir campos de concentración en 1933 para albergar a los opositores al partido nazi. Pero nunca estuvieron detenidos más de 100.000 personas en los campos (sin contar a los millones destinados al exterminio en tres campos dedicados a esa terrible labor).
La mayoría de los alemanes simplemente estaban dominados por el miedo que implicaba la exhibición de esas decenas de miles de compatriotas en condiciones lamentables y sin recurso legal.
Lo mismo ocurría en los territorios ocupados. La mayoría de los franceses, holandeses, polacos, belgas y demás países bajo la bota nazi, no eran simpatizantes de sus invasores, pero les temían. De los 41.500.000 ciudadanos franceses de 1939, sólo 500.000 participaron en la resistencia organizada. 41 millones se repartían entre ciudadanos opuestos a la ocupación, pero controlados por el miedo, y los colaboracionistas, que tampoco vivían exentos del miedo.
La brutalidad y la publicidad a la violencia máxima a la que se atreve un régimen con tintes dictatoriales tiene precisamente por objeto extender el miedo entre toda la población.
La violencia, que se ejerce selectivamente para producir un miedo generalizado. Sea la detención de inmigrantes con palizas en Estados Unidos o directamente detener a ciudadanos estadounidenses sin causa, orden de arresto o motivo; o sea arrojar a disidentes por las ventanas en Rusia, sea investigar y multar a los no leales al gobierno en México, sea publicitar que en las cárceles sin salida hay miles de inocentes como en El Salvador, sea prohibir banderas de ciertos colores en Budapest.
Lo que uno ve con oscuro entusiasmo, digamos que con optimismo no jubiloso, es a la gente que se resiste sin ser heroica. Que suelen ser los comunes y corrientes, los que no salen en la enciclopedia llena de nombres y hazañas de héroes, los que simplemente dicen no sin por ello arrostrar conscientemente peligros y amenazas, los que se plantan sin dar un paso atrás mientras muchos lo dan… y mientras unos pocos dan el paso al frente del liderazgo necesario.
Esa resistencia pasiva, esa negativa a permitir que nuestras emociones sean manipuladas por los poderosos para someternos sin siquiera tocarnos, es más viable hoy que en ningún otro momento de la historia. Las redes sociales, la apropiación del aldeano de medios que antes sólo tenían los poderosos, la facilidad de transmisión de los mensajes, la conciencia de que los derechos los tenemos y debemos ejercerlos hasta que los autoritarios nos los quiten o hasta que caigan, no se parecen a nada que haya ocurrido en siglos pasados.
Y entonces, cuando uno ve en esos medios, en esas redes sociales tan denostadas, a gente plantándose y negándose a dar un paso atrás, y cómo se difunden a una velocidad enorme, piensa que la lucha por los derechos y libertades no ha sido para nada un desperdicio.
El 13 de junio de 1936, en el astillero Blohm+Voss de Hamburgo, se botaba un barco y todos los trabajadores del astillero, menos uno, hicieron el saludo nazi. Se tomó una fotografía. El hombre que no saludaba era probablemente August Landmesser, obrero alemán con una pareja judía, o quizás era Gustav Wegert, no se sabe. Pero la fotografía no se difundió sino hasta la década de 1990.
Hace unos días, una mujer, armada con una cámara y sus derechos, impedía que un grupo de ocho matones embozados secuestraran a un inmigrante hispanoparlante y conseguía hacerlos huir simplemente al exigirles su nombre y documento de identificación. En minutos había dado la vuelta al mundo.
En este mundo de rápidos cambios, los que no somos demasiado valientes, demasiado hábiles como líderes, demasiado sacrificados como héroes, tenemos la importantísima labor de negarnos a que el miedo nos domine. No hace falta ser valiente para ello, simplemente ser racional y estar conscientes de que no se puede rendir lo ganado sin resistir. Los derechos, las libertades, los sueños, la moral, la justicia.
Viva la resistencia, pues.
O viva la resistencia, con mil carajos.
La desobediencia civil es un acto my necesario para señalar que está mal. Simplemente, está mal.
Gracias por el aporte.
Muy interesante 😃. Lo incluimos en el diario 📰 de Substack en español?