Hoy, el fotoperiodista Manu Brabo lanzaba este tuit a resultas de la promoción que se ha hecho en el programa “Horizontes” del licenciado en periodismo (que no periodista) Iker Jiménez a las más delirantes acusaciones y conspiraciones de la extrema derecha española relacionadas con la tragedia de la DANA que afectó a la Comunidad Valenciana el 29 de octubre. Estas acusaciones tienen por objeto no encontrar la verdad sobre lo acontecido ni deslindar responsabilidades en las diversas autoridades responsables de la prevención del desastre y su gestión posterior, sino que buscan únicamente desprestigiar al gobierno del PSOE y ayudar a su derrocamiento y sustitución por un gobierno de derecha apoyado en las fuerzas más extremistas de España.
Quiero explicar por qué creo que Manu tiene toda la razón, y no simplemente por la trayectoria de falsedades y negocio del misterio que ha hecho Iker Jiménez durante ya unas tres décadas, sino por lo que su labor implica en cuanto al rechazo al pensamiento crítico en todos los terrenos.
Las bases del negocio del misterio
Quien haya hurgado por los mundos del "misterio", como gustan llamarlo los practicantes de esta variante de pseudoperiodismo, se habrá dado cuenta de que toda la narrativa de los diversos “misterios” con los que juega depende de una presunción de lucha por “la verdad”, una verdad que no suele tener relación alguna con lo que cualquier persona conoce como “la verdad”, es decir, una descripción o modelo que se ajuste a los hechos, a todos los hechos y nada más que a los hechos.
Los "hechos misteriosos” que suelen mercar estos personajes exigen que exista una realidad oculta a la mayoría de los seres humanos que ellos, valientemente, tratan de sacar a la luz, sea la existencia del Atlántida, la presencia de extraterrestres, la comunicación con los muertos, la existencia del aura, los viajes astrales, los astronautas de la antigüedad y un largo etcétera que conforma su catálogo de patrañas. Para poder justificar lo difícil que es desvelar estos misterios (nunca se desvelan, pues en tal caso dejan de ser negocio, como ocurrió en gran medida con, por ejemplo, las líneas de Nazca), siempre es necesario contar con un adversario que se esfuerce precisamente por ocultar la verdad. Un adversario temible y de enorme poder, lo que da enorme lustre a la imagen de los presuntos investigadores del misterio. Un enemigo despiadado que se empeñe en mantener esos secretos fuera de la mirada de los ciudadanos comunes, secretos que el presunto investigador se juega todo, como Indiana Jones, para desvelar, aunque nunca lo haga del todo, y sólo nos dé sugerencias, indicios, especulaciones, disquisiciones y conjeturas que no se concretan en pruebas contundentes por la fuerza y la maldad del adversario.
Los culpables a modo
En muchas ocasiones, además, esos mismos poderes malignos y abusivos, esos “enemigos de todos nosotros”, son incluso los causantes de los acontecimientos que generan el presunto misterio: acciones indebidas de los gobiernos como el evento de Tunguska (que fue un meteorito) o el experimento Filadelfia (que nunca ocurrió), hallazgos asombrosos que se mantienen en secreto guardados en bóvedas bajo vigilancia armada, la capacidad del control del clima a través de estelas de aviones o de programas como HAARP, naves, extraterrestres que se han desplomado y han sido secuestradas junto con sus ocupantes, la simulación de la llegada a la Luna, etc. etc.
En este imaginario, la ciencia y los científicos juegan un papel fundamental. Pero no para desvelar los misterios, para aplicar los métodos de la ciencia con el fin de despejar dudas y llegar a certezas. Por el contrario, los científicos se presentan como representantes o sirvientes de aquel poder que nos impide conocer la realidad. Los científicos ocultan, realizan descubrimientos que le escamotean a la ciudadanía, se coluden con gobiernos, ejércitos y otros organizaciones para mentir, para desprestigiar a los misterios y a quienes los estudien, ofreciendo explicaciones que nadie debería creer porque no tienen la honestidad que tienen, se supone, los investigadores del misterio.
Sólo hay algún científico, que afirma lo contrario de lo que afirman todos los demás científicos, que es fiable. Porque es rebelde y contestatario, porque se enfrenta al sistema (como si la ciencia no fuera un cuerpo de conocimiento sino una posición política): el biólogo que dice que existe la telepatía (Sheldrake), los físicos que afirman que existe la fusión fría (Pons y Fleischmann), el premio Nobel que cree en la homeopatía (Montaigner), el … son los parias de la ciencia pero no porque crean en delirios que no están demostrados, sino porque ellos sí que conocen, y nos quieren dar, la verdad. Y los vendedores de misterio como Jiménez los muestran como verdaderos Prometeos, mártires de una ciencia que no tiene nada que ver con los métodos que efectivamente nos permiten llegar a conocimientos razonablemente certeros.
De la salud al extremismo político
Las creencias en el misterio y el combate a las afirmaciones de este universo en sus comienzos como negocio redondo, era en cierta medida inocente allá por los años 60 y 70, cuando también algunos de nosotros entramos en el mundo del misterio pero armados con el pensamiento crítico y el conocimiento científico, y se fueron desmontando bulos, engaños, embustes, negocios más o menos sucios y arrogancias infinitas de personajes, cuyo narcisismo sólo estaba igualado por su desprecio al conocimiento… de hecho por su temor a que el conocimiento diera al traste con su rentable ocupación de contar fantasías como si fueran realidades.
Pero con el tiempo, la idea de los poderes malignos y los científicos cómplices se fue infiltrando en el espacio de la salud. La promoción de pseudomedicinas y pseudoterapias de todo tipo, y hay literalmente cientos de ellas, todas enormemente rentables para sus practicantes (que además no tuvieron que estudiar el cuerpo humano y su funcionamiento, química, biología, bio genética y otras disciplinas) se convirtió en parte fundamental de la misteriología.
Los vendedores de misterio eran los publicistas adecuados para el negocio del rechazo a la medicina. Es decir, no sólo se promovían pseudomedicinas demostrablemente inservibles, sino que se fomentó -y se fomenta- el rechazo a acciones de prevención fundamentales para el mantenimiento de la salud pública, como la fluoración del agua (conspiranoia, que es el pretexto narrativo del clásico film de Stanley Kubrick Doctor Strangelove llamado en español Teléfono rojo, volamos hacia Moscú o Dr. Insólito: Cómo aprendí a dejar de preocuparme y amar la bomba), las vacunas, la radioterapia y la quimioterapia contra el cáncer y, en general, todos los conocimientos, prácticas e investigaciones de carácter científico. Todo era sospechoso. El rechazo a la fluoración del agua, por cierto, ya era un tema político de la derecha más radical de los Estados Unidos, en su momento promovido por la John Birch Society como una de las teorías de la conspiración a las que se adscribía el fundador de ese grupo ultraderechista, Robert W. Welch Jr.
Para quien ha seguido este camino, de la creencia en fantasmas al “despertar espiritual” de las filosofías orientales a la aceptación de supersticiones sobre la salud y a una paranoia que lo alcanza todo, rechazando el conocimiento y el pensamiento crítico, cerrando los ojos a los datos, negando hechos patentes y adoptando la duda ante cualquier afirmación pero sin manejar las herramientas que permiten resolver las dudas en uno u otro sentido, la narrativa conspiranoica se vuelve un modo de vida, un punto de vista igual hacia la existencia de los círculos de las cosechas que a la eficacia de los antibióticos o la existencia de verdaderas hordas de monstruos secretos, del yeti al hombre polilla.
Se tiene así una actitud en la que, como señala Manu Brabo, los motivos para aceptar una afirmación se han distorsionado totalmente. Se le cree a alguien por su simpatía, por su prolongada presencia en los medios, por su prestigio en el mundillo, por su pose de héroe libre y valiente, porque asegura que nos dice la verdad y le exige a los poderosos que nos digan la verdad, y estos nunca lo hacen, porque dice aquello que el público ya piensa. Si sustenta y aplaude las creencias de los fieles respecto de apariciones, convivencia de los humanos con los dinosaurios o viajes en el tiempo para ver a Cristo ser crucificado, cuando dice algo novedoso, es mucho más sencillo. que su afirmación sea aceptada y asumida sin ningún filtro, sin ninguna posición crítica, sin ninguna duda.
Jiménez, altavoz ultra
En el caso de Iker Jiménez y Carmen Porter, su colaboradora y esposa, y especialmente desde los inicios de la COVID-19, cuando se presentó ya no como un vendedor de misterios, sino como un agudo periodista que previó lo que iba a pasar durante la pandemia, le resultó fácil aprovechar políticamente sus años previos de promoción de patrañas. Hay que notar que esta metamorfosis ocurre después de uno de sus programas de televisión en el que tuvo a varios tertulianos haciendo predicciones y afirmaciones distintas y contradictorias sobre la pandemia, y luego se apoyó en que uno de ellos medianamente acertó, como era de esperarse.
La postura ya afianzada de sus espectadores respecto de la realidad de todo misterio, de la desconfianza en la ciencia, de la realidad heroica de las medicinas alternativas y el rechazo a la medicina real, le permitió insertarse ágilmente en las conspiraciones de la ultraderecha que saltaron para aprovechar la inquietud ciudadana respecto de la pandemia.
Es a partir de entonces cuando Iker Jiménez se convierte en uno de los operativos fundamentales de la derecha española. Sus mesas de tertulias, en un nuevo programa que se aparta ostensiblemente de su faceta misteriológica, se llenan de conspiranoicos, de agitadores neonazis, de falsos periodistas, de propagandistas prorrusos, de gente que propaga un relato en el cual nada que no sea la extrema derecha merece que credibilidad alguna. Más aún, todo lo que no se enmarque en este universo ideológico, es maligno, peligroso, malévolo, rechazable, cómplice de las fuerzas oscuras del ocultamiento y la manipulación de la ciudadanía y, en última instancia, justifica de modo implícito toda violencia que se ejerza contra cualquier persona, organización, gobierno o grupo que no acepte esta ortodoxia política.
Todo esto lo resumía de modo brillante Manu Brabo en su tuit. Es más que una observación, es el relato de cómo se ha ido gestando una esfera de desinformación, miedo, desconfianza y manipulación que hoy sirve a intereses que no son los de la gente que cree en sus afirmaciones.
Y eso es lo más triste de engañar y manipular en nombre de la verdad y la libertad.