En Canadá, el Partido Liberal de Justin Trudeau ha remontado espectacularmente en los sondeos contra el Partido Conservador que hace unas semanas parecía el inevitable ganador de las elecciones convocadas a más tardar para el 20 de octubre de 2025 después de la renuncia de Trudeau.
Como no podría ser de otro modo, yo preferiría que el Nuevo Partido Democrático, progresista y socialdemócrata, ganara las elecciones, pero la recuperación liberal ha sido proporcional al desplome en las intenciones de voto a los socialdemócratas.
Y es que, en este caso, lo razonable es pedir a los votantes socialdemócratas que voten por el Partido Liberal para evitar que llegue a la presidencia el líder conservador Pierre Poilievre. Poilievre es adorado por la derecha estadounidense, es el candidato preferido de Elon Musk como lo es Alternativa por Alemania en Alemania; mantiene un discurso populista “anti élite” que no se sostiene ante el apoyo que las fuerzas más reaccionarias y el capital canadiense le dan, y su discurso “anti woke” (¿hay que repetir que la “agenda woke” es la versión 2025 del Pizzagate de 2015?) presagia, como en EE.UU., la persecución y despido de personas no blancas y heterosexuales del gobierno canadiense.
Es la misma lógica que lleva a pedir a los socialistas franceses que voten por Macron para detener a LePen, y la misma que convierte en enemigo a Mélenchon, quien está dispuesto a permitir la llegada de la ultraderecha al gobierno al Palacio del Eliseo antes que pactar con los socialistas a los que odia.
En este momento, pues, cuando la derecha populista se yergue en un peligro para los valores de la ilustración y para la democracia misma, cuando sus líderes de súbito se sueñan entronizados por el descontento -legítimo- y eternizados por un vuelco hacia el autoritarismo, los líderes carismáticos y esperpénticos, el neofascismo y la posibilidad de demoler a la democracia desde adentro y ocupar el poder sin fecha de caducidad, lo razonable es hacer un frente común de demócratas.
Y cuando hay demócratas a la derecha (no es el caso de España, por desgracia, dado el proceso de confluencia del Partido Popular hacia la ultraderecha nacionalpopulista de Vox, pese al rechazo de esta posición por el PP europeo), y si esos demócratas son antipopulistas, antiautoritarios y antifascistas, es necesario valorar que están del lado correcto de la historia y la izquierda razonable y democrática tiene que verlos y tratarlos como aliados.
Podemos, ese rescoldo del comunismo autoritario recauchutado en el populismo de Laclau y el carisma de un líder cuyo fracaso en el gobierno ha sido espectacular, ha aprovechado este momento pidiéndole al gobierno de España la salida de la OTAN y la suspensión del presupuesto de defensa. Con ese acto, esa izquierda populista se alinea con la derecha populista de manera jubilosa. Tienen, claramente, visiones políticas divergentes, pero los une la idea de que un mundo sustentado en “líderes fuertes”, donde uno piensa y los demás obedecen -o lo pasarán mal- y sin el obstáculo de la democracia es una mejor idea que uno que se apoye en la diversidad, la lucha legítima y pacífica por el poder, y una democracia con derechos y libertades.
La alianza coyuntural de los demócratas en este momento es de la más grave importancia. El embate del populismo se ha multiplicado con la alineación de los Estados Unidos con los intereses rusos, su abandono de los acuerdos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, incluido el estado de derecho internacional, e incluso la visión de mercado del conservadurismo de hace pocos años, para el cual las fronteras abiertas eran mucho mejores que un proteccionismo que, demostrablemente, había fracasado en sus proyectos de desarrollo económico.
El proyecto imperial de Putin amenaza a Europa como en su momento lo hizo la Unión Soviética. E incluso desde la más rigurosa autocrítica a Europa y a su historial colonial, depredador y belicista, es necesario asumir que se han operado cambios relevantes en el continente que han ido alineando las acciones, las políticas, las decisiones y los proyectos con los discursos ilustrados, democráticos y de justicia, igualdad y solidaridad que en el siglo XIX y parte del XX Europa repetía hipócritamente mientras los violentaba en sus relaciones internacionales y en la vida misma de sus habitantes más vulnerables.
Y por lo mismo, Europa hoy es la única idea que permite avizorar un futuro mejor que el presente, un futuro más libre y más abierto, con todas las imperfecciones que son evidentes. Ni Estados Unidos bajo Donald Trump, ni Rusia bajo Putin, ni China bajo Xi, ni la India bajo Modi proponen proyectos más deseables a futuro, precisamente porque son atavismos de un ayer lamentable, y porque están ahora reproduciendo las barbaridades vergonzosas europeas: represión, racismo, etnonacionalismo, depredación territorial por la vía armada, aislacionismo y oligocracia.
Y esto deberían asumirlo también los demócratas que en África, Asia y América Latina luchan para salir de las condiciones de pobreza y falta de oportunidades que, precisamente, empujan a muchos de sus ciudadanos a jugárselo todo en una emigración desesperada a Europa. Sus aliados hoy son los demócratas, por europeos que sean, y sí, una vez vencido el monstruo populista, su mejor apuesta será una izquierda consciente y posibilista, no una derecha que finalmente siempre estará a favor de la injusticia.
Pero, como decía mi abuela Sofía, mujer que cada día se revela más sabia pese a su poca escuela y sus muchos años de trabajo: primero es el ser y luego es la forma de ser. Lo que se juega es el ser mismo de la democracia, y si no se salva eso, cualquier otro matiz resulta irrelevante porque lo urgente será, por supuesto, cantar las loas del amado líder para al menos conservar el pellejo.
El PP a nivel nacional está virando hacia el centro claramente. Feijoo incluso quiere coger alguno de izquierda - centrado...lo dice hasta él xd